En un directo en Instagram con sus seguidores, surgió la clásica pregunta sobre rutinas de belleza y consejos de estilo durante el confinamiento. Pero la actriz Gillian Anderson no habló de dormir ocho horas ni de beber dos litros de agua diarios. «Ya no llevo sujetador. Lo siento, no importa si me llegan al ombligo, ya no lo llevo. Es muy muy incómodo», contestó. Por supuesto, no es la única. El pasado año, un tweet de la escritora feminista Roxanne Gay sobrepasó los mil quinientos retweets: «Me he puesto un sujetador desde hace ni se sabe y mis pechos ha dicho, ¿perdona?».
Durante los primeros meses del confinamiento se creó el #nobrachallenge, uno de esos retos digitales en el que, en esta ocasión, las mujeres se fotografiaban vestidas pero sin sujetador, superando, gracias al permanecer en casa las 24 horas, el reto mental que supone no llevar esta prenda durante el día. Hoy algunas afirman en Twitter que, después de haber probado la experiencia, no volverán a él.
La ficción está llena de escenas en las que las mujeres, después de intensas jornadas laborales, llegan a casa y experimentan un sentimiento de liberación (anatómica, pero también psicológica) al desprenderse de su sujetador. En este año y medio, en el que las barreras entre la intimidad y la exposición se han disuelto, hemos podido prescindir de él a falta de la mirada del entorno. Hoy, que por fin se atisba la luz al final del túnel, las revistas de tendencias conjugan dos discursos: el de la moda vanguardista y expresiva como forma de recuperar el tiempo perdido y el de la muerte definitiva del sujetador, ahora que la recién descubierta comodidad se ha apoderado de nuestro criterio estilístico. Pero, ¿de verdad estamos ante el fin de la prenda más controvertida del armario femenino? Y, lo es más importante, ¿por qué es tan relevante en 2021 que una mujer prescinda del sujetador?
La historia de la indumentaria femenina es, en buena parte, la historia del control del cuerpo para deleite de la mirada masculina. De hecho, hasta hoy, buena parte de los modistos famosos han sido hombres, y en las pocas excepciones de mujeres que han alcanzado la primera división en esta industria, se podía captar a simple vista la apuesta por la comodidad de ellas (con Coco Chanel a la cabeza) frente a la decoración superflua y a veces incómoda de ellos. El sujetador no es una excepción. Lo patentó una mujer, Mary Phelps Jacobs, en 1914, pero entoncess era un paso revolucionario frente al opresivo corsé.
En cualquier caso, y pese a que con los años las mujeres han logrado deshacerse de muchas prendas incómodas, el mito del pecho turgente sigue ahí, como una barrera mental inquebrantable. Tanto es así, que la decisión personal de no volver a usar sujetador ha dado y da para testimonios virales, como el de la escritora Hillary Benhouse, que escribió un largo ensayo en el New Yorker sobre su proceso mental desde que decidió quitarse el sujetador hasta que se acostumbró a no llevarlo: «Ahora mi gusta la forma en la que mis pechos chocan con mis costillas cuando bajo las escaleras corriendo. Me gusta acarrear con su peso, como acarreo con el del resto de mi cuerpo. Mientras me muevo por el mundo, aunque sea con los gestos más nimios, siempre hay una parte de mí que está bailando», escribe.
Otras, como la influencer Sabina Socol, ha reiterado en numerosas ocasiones su decisión de no llevarlo frente a las críticas de algunos de sus seguidores: «Al principio no lo vi como un gesto feminista pero ahora me doy cuenta de que muchas mujeres se sienten avergonzadas si van sin él. En un mundo ideal, este tema no sería motivo de debate», contaba en una entrevista reciente.